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domingo, 27 de noviembre de 2011

¡Mi lengua está viva!

Así también la lengua es un miembro pequeño, y sin embargo, se jacta de grandes cosas. Mirad, ¡qué gran bosque se incendia con tan pequeño fuego!” (Santiago 3:5)

Cymothoa exigua es una bacteria
que toma el lugar de la lengua en
algunos peces.
La lengua es un órgano muy especial. Es el músculo más fuerte del cuerpo. Cumple dos labores principales muy diferentes entre ellas: ejerce un papel protagónico en la alimentación y en la comunicación. Sin embargo, pareciera que a veces se sale de control, y toma la iniciativa diciendo cosas que no queremos que diga. ¡Pareciera como si tuviese vida propia!

En la naturaleza hay peces que tienen “lenguas vivas”, debido a que este órgano es sustituido por un extraño inquilino cuyo nombre científico es Cymothoa exigua.
Se trata de un parásito que se agarra a la lengua de su pez anfitrión con sus tres pares de patas delanteras y bebe de la arteria que suministra de sangre a este órgano. Con el tiempo, la lengua se atrofia, así que después el crustáceo se une a los músculos de esta, reemplazándola con su propio cuerpo, y relevando allí la tensión sanguínea del sistema circulatorio del anfitrión.

El pez puede utilizar al parásito como si fuera una lengua normal, y no recibe mayor daño, pues Cymothoa exigua se nutre de las mucosas del pez. No parece mostrar especial interés en la comida que este ingiere. Se trata del único parásito conocido que sustituye exitosamente un órgano de su anfitrión.

En el caso humano, más que un huésped complaciente, la lengua –o el poder que la domina–parece un tirano invasor que hace lo que quiere. Según el texto de hoy, puede incendiar un bosque. Sea cual sea el nombre del bosque (amistades, relaciones familiares, matrimonios, relaciones laborales, etc.) los principales afectados somos nosotros. Solamente nos queda pedir ayuda a Dios como el salmista: “Señor, pon guarda a mi boca; vigila la puerta de mis labios” (Salmos 141:3).

Hoy es un buen día para dar el control de nuestras palabras a Dios. Si permitimos que él sea el huésped que ocupe el lugar de nuestra lengua, nuestras palabras serán como una fuente de agua para las almas sedientas. Pidamos a Dios encarecidamente: Señor, toma el control de mi lengua, que mis palabras sean las tuyas.

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