“Porque no tenemos aquí una ciudad permanente, sino que buscamos la que está por venir” (Hebreos 13:14).
El Escudo Nacional Mexicano presenta de forma gráfica lo que encontraron los mexicas, segun la leyenda. |
La fundación de la hoy dinámica y fascinante Ciudad de México, considerada la más poblada del mundo (alrededor de 18 millones de habitantes), fue erigida sobre una laguna porque en ésta encontraron los aztecas el símbolo que les había indicado su dios Huitzilopochtli.
La leyenda dice que Huitzilopochtli ordenó a los mexicas o aztecas que salieran del inhóspito territorio que ocupaban a buscar un espacio más acogedor. El dios les dijo que cuando vieran a un águila posada en un nopal devorando una serpiente apresada entre sus garras, ése sería el lugar. Muchos años después esa imagen constituiría el escudo de México.
Los aztecas emprendieron una larga marcha a través de las llanuras del norte de lo que es hoy México. Cuatro sacerdotes fungían como jefes de la expedición. Llevaban siempre con ellos, cuidadosamente envuelta en un bulto, una estatua de su dios. Tras un largo recorrido la tribu contempló asombrada cómo un águila posada sobre un nopal devoraba una serpiente, pero en medio de una laguna.
Sin embargo, ésa era la señal que les había dado su dios y allí mismo erigieron el primer templo al dios Huitzilopochtli (Sol) y así, en un islote pantanoso en medio de una laguna a la que llamaron Lago de la Luna, en los lagos de Texcoco, (1325 de la era cristiana) levantaron la ciudad que sería su capital: Tenochtitlán, Ciudad del Sol. Hoy, Ciudad de México. Según algunos posteriormente interpretaron la leyenda, el águila representa al bien, y la serpiente representa el mal.
Esta leyenda, aunque fantástica, nos muestra la interesante búsqueda de un pueblo por cumplir la voluntad de su dios. Viajaron como peregrinos, en busca de un lugar donde el bien venciera el mal. Allí construyeron la que es conocida como la ciudad más grande del mundo.
En cierto sentido, los cristianos nos hemos enfrascado en la misma búsqueda. Estamos buscando una ciudad. Una ciudad en donde el bien no solamente venza el mal, sino que lo destruya para siempre. Una ciudad que supera con creces a Ciudad México en capacidad, y a cualquier ciudad del mundo –o la imaginación– en belleza y esplendor. Una ciudad en donde se encontrarán personas de todas las épocas, razas, credos y nacionalidades. Nuestro Dios nos ha dicho que marchemos en el camino de la vida, sin torcer a derecha o a izquierda, hasta que encontremos esa augusta ciudad.
A diferencia de ellos, no llevamos un ídolo con nosotros. Nuestro Señor nos enseñó: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame” (Mateo 16:24). Pero también en contraste de los aztecas, no buscamos un terreno pantanoso en medio de una laguna donde construir una ciudad, sino que buscamos una ciudad ya terminada,“que tiene cimientos, cuyo arquitecto y constructor es Dios” (Hebreos 11:10).
Esta ciudad no es una fantasía. Muy pronto terminara nuestro arduo peregrinar, y viviremos en aquella ciudad donde “no habrá más muerte, ni llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron”. ¿Quieres ser un ciudadano de la Nueva Jerusalén? Acompáñame entonces en este ruego: Señor, prepárame para vivir en la maravillosa ciudad que has constuido para los que te aman.
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