“Por tanto, buena es la sal, pero si aún la sal ha perdido su sabor, ¿con qué será sazonada? No es útil ni para la tierra ni para el muladar; la arrojan fuera. El que tenga oídos para oír, que oiga” (Lucas 14:34,35).
Salmuera. Aquí se extrae la sal por medios tradicionales. |
La sal se obtiene básicamente de dos maneras: como precipitado de agua de mar que se conoce como salinas, y a partir de la explotación de yacimientos, de donde se extrae la sal gema. La más apreciada en alimentación, ya que es menos amarga, es la que se obtiene de las salinas. Este es el método más tradicional, y el que seguramente se usaba en los tiempos de Cristo.
Para lograr la evaporación se suelen emplear medios naturales como la evaporación solar. Primero se hacen algunas salmueras, que son como enormes piscinas donde se ubica el agua de mar. Allí, el agua es expuesta a la luz solar y va quedando la sal en el momento de la evaporación.
Un factor natural puede afectar el proceso: la lluvia. Si empieza a llover, la sal que queda en las salmueras comienza a pegarse, haciendo grandes bloques de materia desabridos y sin las propiedades útiles de la sal.
¡Jesús sabía de lo que hablaba! ¡La sal puede perder sus propiedades: puede perder su sabor! Imagina ahora qué se puede hacer con estos bloques que quedan después de un torrencial chubasco sobre una salmuera. “No sirve más para nada, sino para ser echada fuera y hollada por los hombres” (Mat. 5:13).
Escuchemos atentamente las palabras de Jesús. Probablemente, al ser la sal de la tierra puede que tengamos capacidades incontables. Pero en un momento, toda nuestra utilidad se puede perder. No descuidemos en ningún momento nuestra relación con Dios, pues en cualquier momento, una tormenta de la vida nos puede convertir de un valioso condimento a un insignificante material de desecho. Señor, ayúdanos a mantener nuestras propiedades útiles como sal de la tierra.
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