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domingo, 14 de agosto de 2011

Sólo fue un Malentendido

"El que retiene sus palabras tiene conocimiento, y el de espíritu sereno es hombre entendido"  (Proverbios 17:27) 

La Ciudad de Hiroshima, luego
de la bomba atómica.
Gravemente maltrecho se hallaba el Japón en la primavera de 1945. El general Korechika Anami, ministro de la guerra, prometía que los estadounidenses serían expulsados de Okinawa. Convencidos de que más ganaría el Japón rindiéndose que continuando la guerra hasta el final, un pequeño grupo de diplomáticos se oponían a los militaristas, y con la esperanza de obtener condiciones mejores que una rendición incondicional, iniciaron conversaciones secretas con la Unión Soviética, todavía neutral, buscando la mediación de Rusia para concertar la paz. Como por casualidad, Stalin mencionó ante el presidente Truman, en Potsdam, que los japoneses habían expresado deseos de iniciar negociaciones. Pero el dictador soviético manifestó que Rusia había rechazado la insinuación por insincera. 


El ultimátum de Potsdam fue publicado el 26 de julio de 1945. Lo firmaban los Estados Unidos, la Gran Bretaña y la China, y pedía la rendición del Japón o su aniquilamiento. Entre los jefes japoneses produjo una reacción de alborozo porque sus términos eran más benignos de lo que esperaban. El documento prometía que el Japón no sería destruído como nación y que los japoneses gozarían de libertad para escoger su propio gobierno. No obstante, existían varias complicaciones. Hasta ese momento los japoneses no habían tenido noticias del ultimátum sino por medio de la radio. ¿Podía el gobierno actuar sobre la base de esa información no oficial? No se esperaba que la demora para anunciar la aceptación de los términos aliados fuera larga; pero mientras tanto el primer ministro Kantaro Suzuki debía recibir a los periodistas al día siguiente y era indudable que lo interrogarían acerca de la Declaración de Potsdam. 

Enfrentado a la prensa el 28 de julio, el ministro Suzuki declaró que el gabinete se mantenía en actitud de "mokusatsu". Esta palabra no sólo no tiene equivalente exacto en los idiomas europeos sino que aún en japonés resulta ambigua. Su significado puede ser “desconocer” o “abstenerse de todo comentario”. Desgraciadamente los traductores de la agencia de noticias Domei no podían saber cuál de los dos significados tenía Suzuki en mente y, al traducir precipitadamente al inglés la declaración del ministro, escogieron el que no era. Las torres de Radio Tokio esparcieron por el mundo aliado la noticia de que el gabinete de Suzuki había resuelto “desconocer” el ultimátum de Potsdam. El título a seis columnas del Times de Nueva York correspondiente al 28 de julio de 1945 indica con claridad el sentido que fuera del Japón se dio a la noticia: “La escuadra ataca al saber que el Japón desconoce el ultimátum”. Lo demás es historia. El secretario de Guerra Henry L. Stimson confirmó en su informe sobre la decisión final de usar la bomba atómica, que el error de interpretación del vocablo mokusatsu fue lo que llevó al ataque de Hiroshima.

Solo una expresión mal traducida llevó al mundo a vivir momentos de espanto y muerte. 145,000 personas murieron en Hiroshima y otras 75,000 en Nagasaki. ¿Una palabra hizo la diferencia? Sí. La Biblia es clara al referirse a la influencia positiva y negativa de las palabras. Nuestras palabras afectan a las personas que nos rodean, e incluso a personas mucho más allá de nuestro conocimiento. Finalmente, lo que decimos decide la suerte eterna de nuestras vidas. Mateo 12:37 advierte: “Porque por tus palabras serás justificado, y por tus palabras serás condenado”. Más adelante, el apóstol Pablo aconseja en Colosenses 4 versículo seis: "Sea vuestra palabra siempre con gracia, sazonada con sal; para que sepáis cómo os conviene responder a cada uno". Señor, ayúdanos cada día a medir sabiamente nuestras palabras.

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